La dignidad es uno de esos conceptos que todos empleamos pero que pocos, estimo, sabríamos definir con claridad. Yo llevo años intentándolo y aún hoy creo que no ando muy suelto haciéndolo. La idea que tengo de ella la obtuve al leer este libro: La lucha por la dignidad (José Antonio Marina y María de la Válgoma. Edición 2005). Es uno de esos conceptos en continua construcción, como la libertad, una tierra conquistada palmo a palmo por el hombre con miles de esfuerzos y sacrificios. La dignidad es aquello que nos hace ser nosotros mismos, que nos permite desarrollarnos de forma auténtica, elegida. La capacidad de poder ser lo que queremos ser. Y que se autolimita al tener en cuenta la dignidad del otro. En el libro lo dicen de muchas maneras, pero quizá estas frases puedan servir de extracto: “La Humanidad, por distintos y convergentes caminos, ha descubierto que el modo más seguro y eficaz de conseguir la felicidad y la justicia es afirmando el valor intrínseco de cada ser humano”…”En los últimos siglos, este valor ha sido designado con el término dignidad, que en la actualidad figura en muchas Constituciones políticas”.
Ayer, en nuestra sesión nocturna “SábadoCine”, vi una de las mejores películas que probablemente veré en mi vida: Los miserables (Bille August, 1998). Basada en el libro de Víctor Hugo del mismo título que, habiendo pasado varias veces por mis manos, lamento mucho, ahora, no haber leído. Y creo que no lo leí porque el propio título me hacía creer que iba a ser fuente de dolor inmenso… equivocado estaba y encolado queda.
La película me atrapó en los primeros compases: un par de planos captando la fuerza de sendos cruces de miradas fueron suficientes para hacer clic en mí y dejarme conectado a la historia del protagonista hasta el final. La sucesión de situaciones resueltas acudiendo siempre a lo más difícil pero más humano es tan ancha como enriquecedora. Destaco la inicial del obispo frente al preso, por ser la que me atrapó; y la intermedia, el alegato de defensa que el protagonista realiza en el juicio donde se pretendía acusar a un inocente, porque ahí, en esa trampa que le tejieron unos poderosos miserables quedaron al descubierto las miserias de los más débiles, porque ahí, en esos momentos donde la vida nos pone contra la espada y la pared, el protagonista, firmemente convencido de la verdad de su postura ante la vida, insiste en ella aún sabiendo que sólo le quedará perder.
Por otro lado, la película muestra, en continuo contrapunto, la grandeza y la miseria del ser humano. De todos: los grandes tienen momentos miserables y los miserables tienen momentos que los engrandecen. Quizá nuestro transcurrir por este mundo consista en creer que es posible luchar para subir la media, asumiendo que la perfección no existe. Es el único camino para morirte tranquilo, con la mirada limpia y con el alma llena. Aún a costa de vivir solo. Todos los demás senderos, aunque te ofrezcan vivir lleno de opulencia, social y material, a costa de todo y de todos, te conducen al vacío más extremo. A morir solo. Y a vivir como un muerto.
Ya para finalizar, la película resuelve bien, no una sino varias veces, hasta este párrafo extraído del libro mencionado al principio:
“Resulta incomprensible que ante tanta maldad, ante tanto comportamiento indigno e indignante, afirmemos que todos los seres humanos están dotados de dignidad, es decir, de un valor intrínseco, independiente de sus actos, de su barbarie, de ese inicuo refinamiento de la crueldad. Resulta incomprensible que no sigamos enarbolando el equilibrado principio del talión, culminación de la justicia conmutativa, que tengamos consideración con quien no la tuvo previamente, que nos empeñemos en librar de la pena capital a quien ha violado y matado a una niña, o en rehabilitar a quien sin razón y sin excusa nos ha destrozado la vida. ¿De dónde hemos sacado una idea tan extraña? ¿Por qué la aceptamos hasta el punto de que está recogida en muchas Constituciones modernas? ¿No va contra el sentido común, contra los sentimientos comunes, contra la sana indignación ante el salvajismo, contra el equilibrio de la justicia?
Es contradictorio afirmar la dignidad de los indignos. ¿Por qué lo hacemos?...”