Crónica: noche de viernes 25 de septiembre de 2009. Recojo a A. Sierra alrededor de las 20:45. Nos dirigimos hacia la Isla de La Cartuja y conseguimos aparcar cerca del edificio del CSIC. Aún faltan 30 minutos largos. Quedamos con J.A. Ternero y A. Estepa en la puerta de la Escuela de Ingenieros que lleva a los laboratorios. El pelotón de gente ya se extiende varios cientos de metros desde la línea de salida. A las 22:00 comienza la carrera. Hemos de ir andando un ratito: no hay espacio para correr. Los primeros kilómetros los hacemos en una media de 6 minutos 30 segundos. Hace calor. No sé si es que no corre aire o es que no es capaz de pasar entre la marabunta. Llegamos al primer avituallamiento de agua, Paseo Colón frente a la Maestranza. A. Sierra se acerca a coger una botella, pisa otra que estaba en el suelo, entre miles (fallo de la organización y de civismo: una fila de contenedores a continuación de los avituallamientos, algo salteados, y extendidos tras los siguientes 250 m., que es lo que sueles tardar en darle dos o tres sorbos, aproximadamente, facilitaría el que los corredores se deshicieran de las botellas), y... ¿Dónde está A.? Seguimos los tres restantes juntos. Al llegar a Plaza de Cuba, para entrar a Pagés del Corro es tan grande la cantidad de corredores, y se forma tal embudo, que es imposible pasar corriendo. Varias decenas de metros andando. Hay mucha gente y esto implica cambio de ritmo constantes: ahora corro, ahora paro, ahora más lento porque arrollo al de delante, ahora aprieto para adelantar... Para colmo, un par de espabilados cruzan entre todos nosotros con sus respectivas bicicletas de Sevici. Una chavala cae cerca de mi tras tropezar con una de ellas. Parece que no se ha hecho nada. Me siento bien hasta el kilómetro 8,5 situado frente a Isla Mágica. Esa recta hasta las proximidades del estadio se me hace casi interminable: ahora siento un poco de flato, ya no soporto los cambios de ritmo, hace mucha calor, me molesta muchísimo una motito con una cámara que está grabando: ya pita para que me aparte, ya para y graba, ya la adelanto, ya pita para que me aparte. No puedo más. Estoy hecho polvo. J.A. Ternero decidió partir hace unos minutos a un ritmo más fuerte. A. Estepa me acompaña y me anima. Encontramos a A. Sierra casi en la cuestecita que lleva a la entrada del Estadio: se torció un tobillo al pisar la dichosa botella y ha llegado hasta allí en bici ¿! De nuevo somos tres. Trote cochinero por mi asfixia y por su tobillo. Pasamos bajo la puerta exterior del Estadio. Me siento hormiga bajo una galería de cemento: media vuelta bajo las gradas hasta salir a la pista. ¡Oh, luz! ¡Oh, aire! Ya estoy ahí, veo la meta, prácticamente una vueltecita y... mastico el momento, lo saboreo, lo trago despacito envuelto en la escasa saliva que soy capaz de segregar. ¡LO HE CONSEGUIDO! ¡HE ACABADO! Paro el cronómetro: 1 hora 11 minutos 7 segundos para los 10,5 Km. No nos dejan pararnos tras la línea de meta. Obvio. Sin embargo la organización ha montado los tornos de control de dorsales (supongo que para elaborar las listas de participantes que han acabado) bajo las galerías de cemento del Estadio. Mi cuerpo ha roto a sudar. Estoy empapado. Hace mucho calor aquí dentro, bajo el cemento, hay mucha gente hacinada ¡Otro fallo de la organización! Podían haber montado los tornos casi fuera, justo como estaban los de recogida de la bolsa de gratificación: pantalón, camiseta, refresco, etc., esto hubiera disminuido el sopor que sufrimos. Son críticas constructivas: es complicado organizar un evento con tanta gente. Y es de agradecer.
2º Tiempo: cervecitas de recuperación en los mostradores de CruzCampo. El Gatorade estaba literalmente arrasado, no bebí nada con la ilusión que me hacía: ¡Maravillosa publicidad, yo también quería sentirme deportista!
3er Tiempo: más cervecitas en la rotonda del Puente del Alamillo. Estas sí que me supieron a Gloria: gambitas, papas aliñás...
¿Para cuando la próxima?
Salud.