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Identidad en Internet (I)

A continuación os dejo el artículo número 8 que, continuando mi línea de colaboración, he publicado en el blog del Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación de Andalucía Occidental y Ceuta. Divulgad que algo queda ;-)

Un par de lecturas de este verano me han sugerido escribir aquí sobre la identidad en la Red (algunos dirán en la nube), los peligros que la acechan y las posibles formas de protegerla.

Cuando nos adentramos en el concepto identidad vemos la gran problemática que ha originado desde la antigüedad griega, pasando por la época moderna, hasta nuestros días. Y los que seguirá ocasionando en un futuro. En este artículo simplificaremos para poder delimitar el problema y abordar, si cabe, la solución que nos interesa.

Identidad es uno de esos conceptos que se define “hacia fuera” y “hacia dentro”. El primer caso, “hacia fuera”, es el que nos interesa a nosotros y es el que el DRAE recoge en sus acepciones: “2. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. Como podemos observar en todas estas acepciones “los demás”, los otros, son necesarios para observar diferencias a través de las interrelaciones establecidas. El segundo caso, “hacia dentro”, es el que le preocupa a los filósofos y responde a las preguntas: ¿quiénes somos? o ¿cómo y cuándo dejamos de ser lo que somos? (resulta curiosa la lectura de la “Paradoja de Teseo”).

Algunos rasgos que construyen nuestra identidad son: nuestro físico, nuestros recuerdos, nuestros sentimientos, nuestras inquietudes, el sentido del humor, etc. Hasta esta época el conjunto de estos elementos estaba tan ligado a nuestro espacio y a nuestro tiempo que era tan fácil de controlar que pasaba desapercibido. Pero, ¿qué está ocurriendo en la Red masivamente y en la “tecnosociedad” en general? La tecnología posibilita la construcción, la copia, la destrucción, la “perennidad” (en un futuro quizá la “inmortalidad”, como sugieren los cuentos referenciados al comienzo del artículo) de identidades, y así, la pérdida de control sobre las mismas con los problemas que esto causa.

Avancemos pues desde lo más simple hasta lo más complejo para ver qué está ocurriendo en Internet.

En un principio, cuando escasamente interactuábamos en la Red, lo único que nos identificaba en ella era nuestro nombre (login) y nuestra contraseña (password). Parece que ha pasado mucho tiempo pero hace tan sólo 10 años, aproximadamente, la web era estática, la información fluía desde el emisor hasta el receptor, y casi todos éramos destinatarios de la misma con escasas posibilidades de verter comentarios, indicar si “me gusta / no me gusta”, compartirla con nuestros amigos; había pocas “cookies” que se interesaran por nuestros sitios frecuentados y el correo no vivía perennemente en el servidor sino que se descargaba habitualmente (algunos hemos convivido con pop1/pop2 y convivimos con pop3) a nuestra máquina. Aquí el principal riesgo era el robo de nuestras credenciales, login y password, cosa no muy difícil pues viajaban sin cifrar y bastaba una simple captura de tráfico para obtenerlas. Un ataque a la privacidad en toda regla, pero limitado: sólo se obtendría el correo no descargado aún. La mejor defensa entonces: cambiar la clave frecuentemente, obligando a que la captura de ayer no fuera útil para hoy, y minimizar el número de sondeos de correo nuevo contra el servidor. Nadie lo hacía: todos aprendimos a convivir con el riesgo. Lo interiorizamos, supongo. Actualmente, cuando el acceso a estos servicios se debería plantear de forma cifrada, hay que incidir en la fortaleza de la contraseña (la típica mezcla de mayúsculas, minúsculas, números y signos), pues el ataque por fuerza bruta (prueba y error de sucesivas contraseñas hasta encontrar la válida) cobra mayor peso.

Posteriormente la Red evolucionó, la web pasó a llamarse “web 2.0”; el correo, “correo web”; los foros y chats se convirtieron en espléndidas “redes sociales” y la mensajería instantánea añadió tráfico multimedia: intercambio de fotos, voz y video en tiempo real.

Y a todos se nos olvidó ese viejo consejo que nos daban nuestras madres: “niño, no hables con extraños, ni te acerques cuando te ofrezcan caramelos”.

Continuará.

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